Los pueblos antiguos buscaban un medio para registrar el lenguaje. Pintaban en las paredes de las cuevas para enviar mensajes y utilizaban signos y símbolos para designar una tribu o pertenencia. A medida que fue desarrollándose el conocimiento humano, se hizo necesaria la escritura para transmitir información.
La primera escritura, que era pictográfica, con símbolos que representaban objetos, fue la escritura cuneiforme, es decir, con rasgos en forma de cuña grabados con determinado estilo en una tabla de arcilla. Posteriormente se desarrollaron elementos ideográficos, en donde el símbolo no sólo representaba el objeto, sino también ideas y cualidades asociadas a él.
Sin embargo, la escritura seguía conteniendo el significado, pero no el sonido de las palabras. Más tarde, la escritura cuneiforme incorporó elementos fonéticos, es decir, signos que representaban determinados sonidos. Los jeroglíficos egipcios pasaron por un proceso similar (de pictogramas a ideogramas) e incorporaron signos para las consonantes, aunque no llegaron nunca a constituir un verdadero alfabeto. El alfabeto se originó en Oriente Próximo y lo introdujeron los fenicios en Grecia, donde le añadieron los sonidos de las vocales. El alfabeto cirílico es una adaptación del griego. El alfabeto latino se desarrolló en los países más occidentales, donde dominaba la cultura romana.
Se le atribuye la primera escritura a los sumerios de Mesopotamia. Ésta está escrita con caracteres ideográficos, su lectura se presta a la ambigüedad, pero está presente el principio de transferencia fonética y se puede rastrear su historia hasta averiguar cómo se convirtió en escritura ideosilábica.
En el caso de los egipcios se conocen escritos que proceden de unos cien años después y también testimonian el principio de transferencia fonética; a éstos, aplicado por los griegos, se los denominó Jeroglíficos (caracteres de cualquier sistema de escritura en el que los signos son figuras, esto es, representan objetos reconocibles) que significaba 'talla sagrada' ya que eran caracteres decorativos esculpidos en los monumentos. Las inscripciones jeroglíficas egipcias contienen dos clases de símbolos: los ideogramas y los fonogramas. Los ideogramas representan, ó el objeto concreto que se graba, ó bien algo muy relacionado con él, los fonogramas o símbolos fonéticos se emplean únicamente por su valor fonético y no tiene otra relación con la palabra que representa. El principio en el que se asienta un jeroglífico consiste en que la figura de un objeto sirve para representar no sólo el objeto, sino también una palabra que contenga su nombre, aunque signifique otra cosa; así se consigue escribir nombres propios, ideas abstractas y elementos gramaticales que por sí mismos no tendrían representación gráfica. Las inscripciones podían realizarse vertical y horizontalmente y, por lo general, se escribía de derecha a izquierda. La dirección se fijaba por un signo aislado que se colocaba al comienzo. Las inscripciones se componían de nombres, verbos, preposiciones y las demás partes de la oración que seguían el orden de las reglas gramaticales.
El número de signos, así como su forma, permaneció prácticamente constante hasta el periodo grecorromano (332 a.C.) cuando crearon otra forma de escritura: La hierática. Ésta era más rápida dado que el volumen de los escritos sustituía a las formas jeroglíficas, se hacía con una especie de lápices de punta Roma que se mojaban en un tinte y se escribía sobre papiro. Los griegos la llamaron hierática (en griego, 'sacerdotal') porque en el siglo VII a.C. estuvo limitada a los textos sagrados. Cuando se empleó para otros textos y bajo una forma más ligada se la llamó demótica (en griego, 'popular').
La primera escritura, que era pictográfica, con símbolos que representaban objetos, fue la escritura cuneiforme, es decir, con rasgos en forma de cuña grabados con determinado estilo en una tabla de arcilla. Posteriormente se desarrollaron elementos ideográficos, en donde el símbolo no sólo representaba el objeto, sino también ideas y cualidades asociadas a él.
Sin embargo, la escritura seguía conteniendo el significado, pero no el sonido de las palabras. Más tarde, la escritura cuneiforme incorporó elementos fonéticos, es decir, signos que representaban determinados sonidos. Los jeroglíficos egipcios pasaron por un proceso similar (de pictogramas a ideogramas) e incorporaron signos para las consonantes, aunque no llegaron nunca a constituir un verdadero alfabeto. El alfabeto se originó en Oriente Próximo y lo introdujeron los fenicios en Grecia, donde le añadieron los sonidos de las vocales. El alfabeto cirílico es una adaptación del griego. El alfabeto latino se desarrolló en los países más occidentales, donde dominaba la cultura romana.
Se le atribuye la primera escritura a los sumerios de Mesopotamia. Ésta está escrita con caracteres ideográficos, su lectura se presta a la ambigüedad, pero está presente el principio de transferencia fonética y se puede rastrear su historia hasta averiguar cómo se convirtió en escritura ideosilábica.
En el caso de los egipcios se conocen escritos que proceden de unos cien años después y también testimonian el principio de transferencia fonética; a éstos, aplicado por los griegos, se los denominó Jeroglíficos (caracteres de cualquier sistema de escritura en el que los signos son figuras, esto es, representan objetos reconocibles) que significaba 'talla sagrada' ya que eran caracteres decorativos esculpidos en los monumentos. Las inscripciones jeroglíficas egipcias contienen dos clases de símbolos: los ideogramas y los fonogramas. Los ideogramas representan, ó el objeto concreto que se graba, ó bien algo muy relacionado con él, los fonogramas o símbolos fonéticos se emplean únicamente por su valor fonético y no tiene otra relación con la palabra que representa. El principio en el que se asienta un jeroglífico consiste en que la figura de un objeto sirve para representar no sólo el objeto, sino también una palabra que contenga su nombre, aunque signifique otra cosa; así se consigue escribir nombres propios, ideas abstractas y elementos gramaticales que por sí mismos no tendrían representación gráfica. Las inscripciones podían realizarse vertical y horizontalmente y, por lo general, se escribía de derecha a izquierda. La dirección se fijaba por un signo aislado que se colocaba al comienzo. Las inscripciones se componían de nombres, verbos, preposiciones y las demás partes de la oración que seguían el orden de las reglas gramaticales.
El número de signos, así como su forma, permaneció prácticamente constante hasta el periodo grecorromano (332 a.C.) cuando crearon otra forma de escritura: La hierática. Ésta era más rápida dado que el volumen de los escritos sustituía a las formas jeroglíficas, se hacía con una especie de lápices de punta Roma que se mojaban en un tinte y se escribía sobre papiro. Los griegos la llamaron hierática (en griego, 'sacerdotal') porque en el siglo VII a.C. estuvo limitada a los textos sagrados. Cuando se empleó para otros textos y bajo una forma más ligada se la llamó demótica (en griego, 'popular').
“La escritura es un cercado visual de espacios y sentidos no visuales. Es por tanto, abstraer lo visual de la normal interacción de los sentidos. Y en tanto que el hablar es una exteriorización (expresión) de todos nuestros sentidos al mismo tiempo, la escritura abstrae de la palabra hablada”.
Marschall McLuhan
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